Y de repente... no hay nada
Tras varias semanas encontrándome rara decidí pedir cita con mi médico de familia.
Ya en la consulta y después de hacerme unas cuantas preguntas, él considera hacerme una analítica de sangre y orina y que tras los resultados veríamos lo que hacer. Me hice las dos, siguiendo lo dicho por mi médico.
Al cabo de una semana mis síntomas no mejoraban, al contrario, habían empeorado un poco, especialmente de mañana; por suerte, esa mañana en la que peor me encontraba, tenía la cita para recoger los resultados, por fin me darían algo que me ayudase a mejorar.
Deseando estaba de ello, así que sin mucho pensar me duché y arreglé como otra mañana y apenas sin poder desayunar por el revoltijo de estómago que tenía, me fui directa al centro de salud.
Llegué, saludé al resto de personas que pacientemente aguardaban su turno para ser atendidos y me senté a esperar el mío. Mi malestar se incrementaba por momentos, y yo achacaba este incremento a las prisas por intentar llegar a tiempo a mi cita. Sentada, cerré los ojos, intentaba tranquilizarme, me repetía una y otra vez: "venga, serán unos días más, seguro que es una gastroenteritis o un virus de esos, unos antibióticos, unos días de descanso y después como nueva". Me lo repetía una y otra vez, pero no conseguía encontrarme mejor, me sentía peor, estaba mareada: "Claro, llevo varios días que apenas puedo comer y hoy casi no he desayunado, pues normal", me decía a mí misma, "seguro que es un bajón de azúcar", pensé, así que cogí un caramelo del bolso y empecé a saborearlo a la espera de mi turno con el doctor.
Por fin me llamaron y pasé a consulta, deseosa por entrar, por saber lo que me estaba pasando y sobretodo por coger las recetas y salir corriendo a la farmacia a por los medicamentos "milagrosos".
- ¿Qué tal estás?
- Pues igual o un poco peor porque estoy mareada.
- Pues igual o un poco peor porque estoy mareada.
- Déjame decirte que es normal en los casos de embarazo...
- ¿Embarazo?
- Sí, estás embarazada, ¡enhorabuena! Debes ir a tu ginecólogo lo antes posible, y debes empezar a cuidar la alimentación y a tomar suplementos de ácido fólico, y te dejo unos días de descanso. La semana que viene te veo y me cuentas que te dijo el ginecólogo. Cuídate.
- Sí, estás embarazada, ¡enhorabuena! Debes ir a tu ginecólogo lo antes posible, y debes empezar a cuidar la alimentación y a tomar suplementos de ácido fólico, y te dejo unos días de descanso. La semana que viene te veo y me cuentas que te dijo el ginecólogo. Cuídate.
Cogí las recetas y sus recomendaciones escritas y salí de la consulta.
En mi cabeza retumbaba la palabra EMBARAZO, una y otra vez, a modo de eco. Estuve así varios minutos hasta que volvió en mí la lucidez, y al paso por la farmacia me guardé las recetas en el bolsillo y entré decidida a comprar un test de embarazo. Volví a casa tan rápido como pude, abrí la puerta y sin apenas quitarme el abrigo me dirigí al baño. Abrí de manera feroz el envoltorio del test y a pesar de mi ansiedad acerté a hacerlo. No tardó ni treinta segundos en dar positivo. Me volví a quedar paralizada, mi mente repetía en silencio: POSITIVO, positivo. Así estuve un buen rato hasta que tomé conciencia, y entonces una sonrisa se dibujó en mi rostro y una alegría inmensa me desbordó: !ESTABA EMBARAZADA!.
Sin esperar más, cogí el teléfono y llame al ginecólogo para que me atendieran lo antes posible. Después fui a la farmacia con las recetas en el bolsillo de mi abrigo. Pasé el resto de la tarde imaginando la cara de felicidad de mi marido cuando le diera la noticia. No me lo podía creer, era uno de los días más felices de mi vida.
Al cabo de unos días, mi marido y yo acudimos al ginecólogo, nerviosos e ilusionados, éramos primerizos, así que la intensidad de cada momento nos desbordaba. Después de las preguntas que el doctor me hizo, quiso hacerme una ecografía para determinar exactamente de cuantas semanas estaba.
- Por el momento estás de siete semanas y ambos estáis bien.
Nos recomendó varias cosas y nos citó en cinco semanas para hacer la primera eco de control y otras pruebas rutinarias. Salimos de allí pletóricos.
Todos los días al despertar mi marido me daba mi beso de buenos días y saludaba a su futuro campeón tocándome la barriga. Yo, por mi parte, no paraba de hablarle y de acariciarle siempre que podía. ME COSTABA CREER QUE UN BEBÉ ESTUVIERA DENTRO DE MI.
Todos los ratos que mi marido y yo pasábamos juntos, imaginábamos qué sería, niño o niña, cómo sería su carita, que haríamos... TODO ERA MARAVILLOSO.
Llegó el día de la cita con el ginecólogo. Los dos estábamos deseando verle la cara, escucharle, y allí estaba creciendo algo que ya esperaba porque mi barriga también crecía. Estaba fuerte porque su latido así me lo hacia sentir. Nos fuimos CON LA PRIMERA "FOTO" DE NUESTRO HIJO, porque aunque no nos dijeron si era niño o niña, estaba convencida que era niño, no sé, INSTINTO.
Todo iba perfecto, yo estaba bien y mi niño fuerte y sano. Jamás me había sentido tan FELIZ, y seguramente mi marido pensaba igual que yo. Contaba las semanas que me faltaban para verle la cara y tenerle en mis brazos, besarle, acariciarle.
Una mañana calurosa y después de haber pasado muchísimo calor por la noche, me levanté de la cama rara, muy rara, me dolía bastante el vientre y me encontraba revuelta y cansada. Todo lo achaqué al insomnio de la noche anterior por las altas temperaturas. Mi marido, en esa época, estaba de vacaciones y se dedicó a cuidarme con esmero todos los días. Desayunamos juntos y decidí acostarme de nuevo para descansar y confiar que tras el sueño me encontrase mejor. Me quedé dormida. De repente, me desperté con un fortísimo dolor en el vientre y en los riñones, me levanté como pude y me fui hacia el baño, una vez allí, me di cuenta que estaba sangrando y que tenía empapada la ropa, presa del pánico, levanté la cabeza, miré hacia la puerta y allí estaba él con el mismo miedo en sus ojos.
Lo siguiente que recuerdo y que atormenta mi cabeza es que desperté en una cama de hospital, mi familia alrededor y mi marido serio aunque cariñoso conmigo, diciéndome: te quiero. A pesar de sus palabras, sus ojos confirmaban los malos presagios que mi corazón rumiaba. Se abrió la puerta de la habitación y aparecieron varios doctores y enfermeras, entre ellos mi ginecólogo que, con sembrante serio, tono firme y cortante, me informó: "HAS TENIDO UN ABORTO ESPONTANEO, YA LO HEMOS RESUELTO, AHORA TOCA CUIDARTE Y DESPUÉS YA TENDRÁS MÁS OCASIONES DE TENER HIJOS, en un rato puedes irte a casa".
Enmudecí, todas y cada una de sus palabras resonaban en mí con la misma fuerza que las escuché.
Durante días o semanas, no sé, nadie de mi familia se apartó de mí, y mucho menos ÉL, quien me cuidaba y mimaba como si fuera su más preciado y frágil tesoro. Serio, cariñoso, pero igual de muerto por dentro que yo. Pasé semanas como un verdadero zombie, estaba sin estar, apenas comía, me movía por la casa como un auténtico espectro. No escuchaba, no veía, y prefería quedarme tapada hasta la cabeza y a oscuras como si un ataúd estuviese metido en su cripta. NO PODÍA HACER NADA, ESE ECO SEGUÍA RESONANDO EN MI CABEZA.
Un día, harta de escucharlo, salté de la cama como un león enfurecido decidida a destruirle, a quitarle la razón. Cogí con rabia el espejo, lo coloqué frente a mi, levanté mi camiseta. Mi tripa no estaba abultada, me miré de todos los lados: de frente, de perfil, mi cuerpo no era el mismo. Entonces comprendí y me doblegué a la razón de ese eco. Me desplomé en el suelo pero la rabia me mantuvo consciente. Con fuerza me agarraba el vientre, necesitaba sentirle dentro como antes, mis ojos, llenos de agua, eran la más pura expresión de la riada de rabia, dolor e impotencia que sentía, y mi boca contestaba con un repetido NO a lo que mi cabeza, con una gran rotundidad, me decía: "SE ACABÓ ya no hay NADA..."
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